Monday, 5 December 2011

Los Vecinos


Todos los miércoles Lorenza después del trabajo acostumbra caminar por la ciudad y las calles disfrutando la sombra de los frondosos Álamos y escuchando el frágil ruido de la brisa. Ese Miércoles la temperatura superaba los treinta y seis grados y los meteorólogos lo habían anunciado como uno de los días mas calurosos de la primavera. Además era un día excepcional porque su jefe decidió darle la tarde libre a todo la sección, así que Lorenza tomo su bolso y partió rumbo a casa.

Al abrir la puerta de su departamento el sofocante calor le pega en el rostro. El sol de media tarde penetra todas la ventanas iluminando la sala principal, se apresura a abrir el ventanal que da a la terraza para ventilar el calor de la jornada y en ese instante se queda paraliza, atónita no puede desviar sus ojos del departamento de enfrente. Sonrojada desvía la vista hacia el suelo, pero es imposible no darse por enterada de lo que sucede.

Su departamento está ubicado en el quinto piso y es el palco perfecto para ver lo que ocurre en en las casas, en sus patios interiores, quien entra y sale, y convertirse en un espectador del mundo.

Dos amantes se besan y tocan apasionadamente. De él solo ve sus rodillas que se asoman unos centímetros mas arriba del marco de la ventana y sus manos que tocan a esta mujer de cabello rojo, voluptuosa y de formas utraredondas. Las manos de él tan blancas como la harina se hunden en la cintura de ella y navegan hacia sus pechos tan infinitamente redondos. Ella es tan blanca como él y sus ojos tan negros como la noche.

Luego de acariciarse y besarse por mas de una hora con las cortinas abiertas de par en par, ella se levanta de la cama y completamente desnuda camina hasta desparecer por la puerta de la habitación. De pronto vuelve aparecer por la ventana de la cocina y con la puerta del refrigerador completamente abierta bebe botella de agua. Al parecer está completamente sedienta, pues ni respira, solo traga. Mientras tanto él sigue acostado sobre la cama, supone Lorenza, pues sus rodillas siguen siendo lo única parte de su cuerpo visible para ella.

Mientras ella se apoya en el lava lozas, aparece él abruptamente y rodeando su espalda la atrapa con sus brazos blancos y largos. Ahora que alcanza a distinguir su cuerpo, calcula que debe tener unos 45 años, pues aunque no distingue su rostro, su espalda firme como un tronco y su dorso algo atlético, lo hacen ver atractivo.

Han transcurrido al menos dos horas desde que llegó a su casa y no se ha movido del balcón. Sentada en un sillón negro de cuerina, sus piernas transpiran y acalorada decide ir a la cocina por agua y en lugar de beberla, decide derramarla sobre sus piernas. Las gotas han dejado una pequeña posa donde refresca sus pies. Es imposible refrescarse piensa, el vapor que emana de las baldosas calientes, el espectáculo de los amantes y sus treinta y cinco años, la hacen correr hacía la ducha.

Desde ese miércoles Lorenza se retira temprano del trabajo solo para llegar puntual al espectáculo de los vecinos. Y siempre es igual, se aman a cortina descubierta, sin ni siquiera sospechar que alguien los observa, se mueven con soltura y exploran sus cuerpos mutuamente ensimismados con las formas y los olores.

Como una fiel espectador Lorenza nunca siente vergüenza, ni miedo a ser descubierta, pues a veces ellos parecen mirarla fijamente, pero nadie baja la vista, ni Lorenza, ni ellos, está permitido mirar. Así transcurren sus miércoles, sentada sobre la cuerina negra su imaginación vuela al compas de los cuerpos.

Por momentos el pudor la atrapa y piensa: "y bueno no les da vergüenza" o "que descarados todo el día en esto y es que acaso no trabajan."

Como fin de año ha debido adelantar trabajo para organizar bien las vacaciones de verano y desde hace dos semanas no ha podido asistir al encuentro de los miércoles. Hasta aquel sábado por la mañana mientras preparaba su jugo de frutas los vio en la piscina del edificio.

Ella viste un blusón blanco transparente que deja ver su cuerpo de grandes pechos. De brazos y piernas gruess y con una marcada cintura de avispa que contrasta con sus majestuosas caderas que se balanceaban lentamente al caminar. El rojo de su cabello brilla aun mas con el reflejo del sol de mediodía.

El la tiene de la mano y juntos se tienden en el pasto, pero es extraño piensa Lorenza, no se miran, y no notan a nadie a su alrededor y la piscina esta inundada de niños. Ambos reposan tranquilamente mientras sus dedos se entrelazan en una caricia que apareciera durar mil años. Qué complicidad!! piensa Lorenza.

Es miércoles y Lorenza ya está sentada en el balcón, pero esta vez no ve a nadie. Corre hacia la ventana de la cocina y nada. Desconcertada piensa, deben estar en el baño y decide tal cual un director de teatro sentarse en su sillón y darles el tiempo necesario. Con su libro favorito en las manos decide esperar y escuchando la tenue brisa que juega en la copa de los árboles, se relaja hasta cerrar los ojos.

Con el libro marcado en sus piernas, despierta media atolondrada y al mirar su reloj se da cuenta que ha dormido dos horas. Inmediatamente mira hacia el departamento de enfrente y nota por primera vez que las cortinas están cerradas. Desconcertada piensa, se habrán dado cuenta de lo que pasaba, tal vez están enojados, sin pensarlo decide ir a visitarlos para disculparse

Son las siete de la tarde y si bien aún hay sol, el atardecer es fresco. En las calles aún se escuchan niños andar en bicicleta mientras algunas mamás riegan los jardines. Cruza la calle y abre la gran puerta de madera que conduce al lobby del edificio. Camina hacia el recibidor para averiguar con el conserje el número del departamento de la singular pareja, que ha debido soportar las miradas intrusas de una desconocida.

No hay nadie en el recibidor y solo ve una caja dirigida al departamento 318 y piensa debe ser para ellos. Qué será piensa, es grande, no lo puede tocar, pero lo imagina liviano.

De pronto suena el timbre del ascensor que justamente está detenido en el tercer piso y comienza a descender. Mientras los números van prendiéndose al bajar no puede evitar sentirse nerviosa, hasta que finalmente la puerta se abre y los ve.

Son tres, el hombre del medio la mira y le pide por favor que lo espere. Por lo tanto deduce que es el conserje quien suavemente les toma la mano a cada uno y los guía lentamente hacia el mesón, mientras les explica que hay un nuevo acceso al estacionamiento que no tiene escaleras.

Poco a poco Lorenza comienza a entender todo. Las miradas que no parecen observar nada, las cortinas abiertas y tanta desnudez.

Suavemente el conserje abre el paquete que contiene dos bastones. Al pasarle a cada uno su bastón, les explica que los vinieron a dejar hoy en la mañana muy temprano.

-Gracias, le dice ella. No se que haríamos sin su amabilidad Juan.

Ya ambos con bastón en mano caminan erguidos lentamente hacia la calle y a pesar que mantienen la mirada algo estática y sin expresión, propia de aquellos que están privados de la visión, su caminar a paso firme y con decisión, los iguala al resto. Nadie podría imaginar que no ven nada, mas que sus cuerpos cuando se aman.

Sunday, 16 October 2011

Qué olor.

Desde los cuatro meses que Lorenza lleva trabajando en el Hogar nunca había sentido ese olor tan intenso y desconocido que inunda todo el pasillo, es una sustancia química, no hay duda de ello. Proviene de la habitación 18.

Todas las mañanas Lorenza atiende a sus abuelos con mucha dedicación. Un trabajo totalmente nuevo en su vida y que meditó mil veces antes de aceptarlo. Razones hay muchas, es pesado físicamente, a veces triste y al mismo tiempo delicado pues dos de los cuatro ancianos que cuida no son autovalentes y están completamente inmóviles.

La rutina de cada mañana comienza a las ocho con el desayuno servido en cada habitación y aquellos que están impedidos de alimentarse por sí mismo requieren la ayuda de su cuidadora. Para Lorenza ésta es la parte mas relajada de su trabajo y es el momento que aprovecha para conversarles, contarles lo que ocurre en la calle, preguntarles sobre sus vidas y aunque sabe que la respuesta nunca llegará a sus oídos, con solo mirar las fotos que cuelgan de la pared olfatea como una intrusa en el pasado de cada uno.

Roberto no puede moverse, su cuerpo es un esqueleto, esta pálido, de apoco se apaga pero la vida aún se deja ver a través de sus ojos verdes que como una tenue luz lo mantienen atado a la realidad. Es un rostro dulce. Sus fotos hablan de un hombre robusto que le gusta la pesca, con una linda familia y una amante esposa que todos los días lo visita a la hora de almuerzo.

Lucía es de rasgos fuertes, ojos cafes, pelo corto y negro, algo canoso y con un lado del cuerpo completamente paralizado. De ceño fruncido parece siempre estar molesta por algo y a pesar que no puede pronunciar ninguna palabra, sus lagrimas que sutilmente se dejan ver en contadas ocasiones inundan a Lorenza de nostalgia. En su intento de hacerla feliz, le habla de su mamá, de las peleas con los hermanos, de los paseos al parque y de cuanta cosa pueda inventar para sacarle una sonrisa.

Acaba de vestir a Roberto y al cerrar la puerta de su habitación, Carmen una de las nuevas cuidadoras le pide ayuda con el nuevo paciente de la habitación 18. Sin pesarlo, Lorenza entra apresurada en la habitación y pregunta:
-Qué pasa?
Carmen con gotas de sudor en su frente le dice:
-Me ayudas a levantarlo.
-Claro, dice Lorenza.

Es un señor de rostro sereno y amable, moreno, de mediana estatura, viste una bata a cuadros y a esa altura la delgadez tan evidente y común no sorprende a Lorenza, solo una cosa llama su atención... tanta dulzura y paz que emana de este nuevo paciente. No para de agradecer cada gesto y ayuda recibida con una leve sonrisa.

Como no lo ve en el comedor a la hora del almuerzo, Lorenza busca cualquier excusa para dejar por un rato a Lucía y saber que pasa con 'el nuevo'. Su puerta entre abierta le permite ver que esta sentado en su mesita de comer disfrutando una tasa de té y leyendo el diario, luce tan fresco y lejano al mismo tiempo. Al notar su presencia, él solo levanta su vista y la saluda moviendo la cabeza.

-Todo bien, pregunta Lorenza.
- Si muy bien, contesta 'el nuevo'.

Ya ha terminado el almuerzo y ha pasado toda la tarde sentado frente a su ventana, tomando el sol y dormitando con un libro en sus manos que por momentos cae al piso despertándolo con un estrepitoso ruido.

- Mi turno termino, es hora de irme, necesita algo. Pregunta Lorenza
-No gracias, estoy muy bien. Buenas tardes. Contesta el nuevo.

Lorenza llega extenuada a su casa y antes de acostarse no para de pensar en este nuevo caballero tan amable y silencioso.

Es jueves y aunque no le toca trabajar, recibe una llamada de última hora de la enfermera pidiéndole que cambie su día libre ya que la nevada de la noche anterior ha cerrado los caminos y no habrá suficiente personal.
Lorenza llega puntual como siempre y esta vez le toca preparar los desayunos, ya que Paula quien generalmente los hace esta completamente aislada en su casa con sus hijos que tampoco asistieron al colegio, pues las carreteras son verdaderas pistas de hielo.

Al llegar al pasillo con el carro de las bandejas siente este olor que la inunda, no es desagradable del todo, pero es muy fuerte. Su paciente nuevo la mira y ella entra, lo nota mas cansado. Le sirve el té y lo deja en su velador. Le pregunta si necesita ayuda, pero sin escuchar la respuesta, Lorenza empieza a darle el té a cucharadas y es lo único que acepta sin ni siquiera notar las tostadas con mantequilla.

La mañana ha sido muy intensa con pocas cuidadoras y tanto que hacer, que la enfermera jefe decide que los pacientes mas delicados pasen el día en cama. Su paciente nuevo dormita con la mirada en el techo.
Al terminar la rutina de bañar y vestir a su abuelos, nota que las enfermeras corren a la habitación 18 y ese intenso olor ha llegado al comedor.
- Qué es ese olor?, pregunta Lorenza.
-Tiene cancér, está muriendo, responde la enfermera.
-Pero si solo llegó ayer. Dice Lorenza
- Y por eso esta aquí, en este lugar, pasando sus últimos días. Muchos lo hacen, se sienten cansados, agotados de los tratamientos mas el desgaste de la edad. Quieren descansar. Ya te acostumbrarás.

Es viernes y el sol ilumina el resto de hielo sobre las veredas. La recepción esta llena de flores y dos mujeres acarrean velas y floreros.
Lorenza cuelga su chaqueta, firma el libro y al salir de la oficina, la enfermera que camina apresurada le toma el brazo y le dice:
-Antes de comenzar con tus pacientes puedes limpiar la cama de la habitación 18, mañana por la mañana llega una señora. El olor ya se fue.