Sunday, 16 October 2011

Qué olor.

Desde los cuatro meses que Lorenza lleva trabajando en el Hogar nunca había sentido ese olor tan intenso y desconocido que inunda todo el pasillo, es una sustancia química, no hay duda de ello. Proviene de la habitación 18.

Todas las mañanas Lorenza atiende a sus abuelos con mucha dedicación. Un trabajo totalmente nuevo en su vida y que meditó mil veces antes de aceptarlo. Razones hay muchas, es pesado físicamente, a veces triste y al mismo tiempo delicado pues dos de los cuatro ancianos que cuida no son autovalentes y están completamente inmóviles.

La rutina de cada mañana comienza a las ocho con el desayuno servido en cada habitación y aquellos que están impedidos de alimentarse por sí mismo requieren la ayuda de su cuidadora. Para Lorenza ésta es la parte mas relajada de su trabajo y es el momento que aprovecha para conversarles, contarles lo que ocurre en la calle, preguntarles sobre sus vidas y aunque sabe que la respuesta nunca llegará a sus oídos, con solo mirar las fotos que cuelgan de la pared olfatea como una intrusa en el pasado de cada uno.

Roberto no puede moverse, su cuerpo es un esqueleto, esta pálido, de apoco se apaga pero la vida aún se deja ver a través de sus ojos verdes que como una tenue luz lo mantienen atado a la realidad. Es un rostro dulce. Sus fotos hablan de un hombre robusto que le gusta la pesca, con una linda familia y una amante esposa que todos los días lo visita a la hora de almuerzo.

Lucía es de rasgos fuertes, ojos cafes, pelo corto y negro, algo canoso y con un lado del cuerpo completamente paralizado. De ceño fruncido parece siempre estar molesta por algo y a pesar que no puede pronunciar ninguna palabra, sus lagrimas que sutilmente se dejan ver en contadas ocasiones inundan a Lorenza de nostalgia. En su intento de hacerla feliz, le habla de su mamá, de las peleas con los hermanos, de los paseos al parque y de cuanta cosa pueda inventar para sacarle una sonrisa.

Acaba de vestir a Roberto y al cerrar la puerta de su habitación, Carmen una de las nuevas cuidadoras le pide ayuda con el nuevo paciente de la habitación 18. Sin pesarlo, Lorenza entra apresurada en la habitación y pregunta:
-Qué pasa?
Carmen con gotas de sudor en su frente le dice:
-Me ayudas a levantarlo.
-Claro, dice Lorenza.

Es un señor de rostro sereno y amable, moreno, de mediana estatura, viste una bata a cuadros y a esa altura la delgadez tan evidente y común no sorprende a Lorenza, solo una cosa llama su atención... tanta dulzura y paz que emana de este nuevo paciente. No para de agradecer cada gesto y ayuda recibida con una leve sonrisa.

Como no lo ve en el comedor a la hora del almuerzo, Lorenza busca cualquier excusa para dejar por un rato a Lucía y saber que pasa con 'el nuevo'. Su puerta entre abierta le permite ver que esta sentado en su mesita de comer disfrutando una tasa de té y leyendo el diario, luce tan fresco y lejano al mismo tiempo. Al notar su presencia, él solo levanta su vista y la saluda moviendo la cabeza.

-Todo bien, pregunta Lorenza.
- Si muy bien, contesta 'el nuevo'.

Ya ha terminado el almuerzo y ha pasado toda la tarde sentado frente a su ventana, tomando el sol y dormitando con un libro en sus manos que por momentos cae al piso despertándolo con un estrepitoso ruido.

- Mi turno termino, es hora de irme, necesita algo. Pregunta Lorenza
-No gracias, estoy muy bien. Buenas tardes. Contesta el nuevo.

Lorenza llega extenuada a su casa y antes de acostarse no para de pensar en este nuevo caballero tan amable y silencioso.

Es jueves y aunque no le toca trabajar, recibe una llamada de última hora de la enfermera pidiéndole que cambie su día libre ya que la nevada de la noche anterior ha cerrado los caminos y no habrá suficiente personal.
Lorenza llega puntual como siempre y esta vez le toca preparar los desayunos, ya que Paula quien generalmente los hace esta completamente aislada en su casa con sus hijos que tampoco asistieron al colegio, pues las carreteras son verdaderas pistas de hielo.

Al llegar al pasillo con el carro de las bandejas siente este olor que la inunda, no es desagradable del todo, pero es muy fuerte. Su paciente nuevo la mira y ella entra, lo nota mas cansado. Le sirve el té y lo deja en su velador. Le pregunta si necesita ayuda, pero sin escuchar la respuesta, Lorenza empieza a darle el té a cucharadas y es lo único que acepta sin ni siquiera notar las tostadas con mantequilla.

La mañana ha sido muy intensa con pocas cuidadoras y tanto que hacer, que la enfermera jefe decide que los pacientes mas delicados pasen el día en cama. Su paciente nuevo dormita con la mirada en el techo.
Al terminar la rutina de bañar y vestir a su abuelos, nota que las enfermeras corren a la habitación 18 y ese intenso olor ha llegado al comedor.
- Qué es ese olor?, pregunta Lorenza.
-Tiene cancér, está muriendo, responde la enfermera.
-Pero si solo llegó ayer. Dice Lorenza
- Y por eso esta aquí, en este lugar, pasando sus últimos días. Muchos lo hacen, se sienten cansados, agotados de los tratamientos mas el desgaste de la edad. Quieren descansar. Ya te acostumbrarás.

Es viernes y el sol ilumina el resto de hielo sobre las veredas. La recepción esta llena de flores y dos mujeres acarrean velas y floreros.
Lorenza cuelga su chaqueta, firma el libro y al salir de la oficina, la enfermera que camina apresurada le toma el brazo y le dice:
-Antes de comenzar con tus pacientes puedes limpiar la cama de la habitación 18, mañana por la mañana llega una señora. El olor ya se fue.





2 comments:

Anonymous said...

Me encanto la historia, aunque escalofrienta me gusta el deseo de Lorenza por hacer de un mundo mucho mejor, simple pero de regocijo... Al igual que Lorenza comparto su sentir y la magia que aun inunda su interior y la rutina de la vida aun no opaca su vibrante sentir... Calora excelente

Anonymous said...

Eso describe lo que vivi con tu cuento... Diana G.